Me acurruco entre tus silencios, que son ahora también los míos.
Sostengo la mirada para que no descubras que todavía puedes intimidarme, y que mis manos aun tiemblan al pensar en sentirte.
Mi tez pálida y mis ojeras, secuelas de las noches sin ti, parecen incluso bellas cuando se ven a tu lado.
Pero el tiempo se consume deprisa y las ilusiones caducan.
Y volvemos a mirar sin ver, a oír sin escuchar y a tocar sin sentir.